El día de hoy recibí un email qué quiero compartir con todos ustedes. Papito... Cuanto me amas? El día que mi Hija nació, en verdad no sentí gran alegría. Por que la decepción que sentía parecía, ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener una hija. Yo quería un varón! A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y agotada y la otra radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi Carmencita y por la infinita inocencia de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura. Su carita, su sonrisita y su mirada no se apartaban ni por un instante de mis pensamientos, todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes sobre planes, todo sería para mi Carmencita. Este relato era contado a menudo por Randolf, el padre de Carmencita y yo también sentía gran afecto por la niña que era la razón más grande para vivir de Randolf según decía el mismo. Una tarde esta